Hemos invitado a una gran amigo de Rikolto Café a colaborar con nuestro blog, el escritor Iñaki Guzmán. Te invitamos a conocer y disfrutar una muestra de su obra ¿porqué no? tomando una rica taza de café.
MARIO, SARA Y SUS SOMBRAS
Mario y Sara llevan tiempo sin llevarse bien, pero se reunen una o dos veces por semana, platican un poco, beben un par de copas de vino, o de botellas o de lo que se les de la gana y empiezan a charlar sin seguir ningún patrón. Simplemente se abandonan a la plática.
Sara tiene un modo de ser bastante peculiar, al menos así lo ve Mario que no se cansa de repetir que está loca, sobre todo cuando acaban de tener una pelea. Ella piensa que él está lleno de defectos que por supuesto Mario nunca nota. Ante esto, lo mejor que podían hacer era precisamente lo que estaban haciendo.
Uno sentado frente al otro, comiendo del mismo plato en el centro de una mesa baja, los dos en el suelo con las piernas en flor. Los dos pensando lo que dicen, los dos escuchando lo que dicen.
Y con las sombras provocadas por la vela, a veces, parecía que lo estaban logrando.
Sus ideas y sentimientos, en algún momento de la noche se unían por completo. Se miraban, se olían, se rozaban, se tocaban, pero sobretodo, se pensaban.
La Vela.
La vela era, es y seguramente seguirá siendo, la fiel y única testigo de lo que con sus reflejos se puede provocar. La mano de Mario siempre intenta velarla un poco más, como si pensara que más sombras le caerían bien. Y según Sara, sí.
Es cuando la mano, la de Sara, se acerca volando sobre la mesa al rostro, el de Mario, y lo roza. No, no, no lo roza, en realidad lo acaricia. Las mejillas, los pómulos, cuello, frente, ojos, barbilla. Hubiera querido más pero, la mala selección de los lugares y sobre todo el de la mesa, le impedían muchos movimientos. La mano regresa a su lugar y él sólo termina de sentarse, el movimiento es tan rápido, tan sutil que casi ni lo notan, la vela sí.
Sara tiene un modo de ser bastante peculiar, al menos así lo ve Mario que no se cansa de repetir que está loca, sobre todo cuando acaban de tener una pelea. Ella piensa que él está lleno de defectos que por supuesto Mario nunca nota. Ante esto, lo mejor que podían hacer era precisamente lo que estaban haciendo.
Uno sentado frente al otro, comiendo del mismo plato en el centro de una mesa baja, los dos en el suelo con las piernas en flor. Los dos pensando lo que dicen, los dos escuchando lo que dicen.
Y con las sombras provocadas por la vela, a veces, parecía que lo estaban logrando.
Sus ideas y sentimientos, en algún momento de la noche se unían por completo. Se miraban, se olían, se rozaban, se tocaban, pero sobretodo, se pensaban.
La Vela.
La vela era, es y seguramente seguirá siendo, la fiel y única testigo de lo que con sus reflejos se puede provocar. La mano de Mario siempre intenta velarla un poco más, como si pensara que más sombras le caerían bien. Y según Sara, sí.
Es cuando la mano, la de Sara, se acerca volando sobre la mesa al rostro, el de Mario, y lo roza. No, no, no lo roza, en realidad lo acaricia. Las mejillas, los pómulos, cuello, frente, ojos, barbilla. Hubiera querido más pero, la mala selección de los lugares y sobre todo el de la mesa, le impedían muchos movimientos. La mano regresa a su lugar y él sólo termina de sentarse, el movimiento es tan rápido, tan sutil que casi ni lo notan, la vela sí.
Por:
Iñaki Guzmán
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